Accelerated Spanish: Extra story 2

Yet another story to practice your Spanish comprehension and find new phrases! In additional to essential vocabulary, this story uses words from lessons 17 and 18. Enjoy!

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Después de andar cinco de las siete cuadras que la separan de la nueva tienda recién inaugurada, Luisa se detiene en una esquina y se pregunta si acaso debería doblar a la izquierda o seguir derecho. Saca una moneda de su bolsillo, la pone sobre la palma de su mano y la tira hacia arriba diciendo “si sale cara, sigo derecho; si sale cruz, doblo a la izquierda”. Como sale “cara” sigue derecho y piensa que es una mañana perfecta para salir de compras. De pronto se pregunta si no dejó abierta la llave de gas y empieza a sentirse un poco ansiosa, pero se dice a sí misma “no seas imbécil, no tienes que ser tan paranoica” y vuelve a sonreír. Una brisa agradable mueve el vestido veraniego lleno de pequeñas flores azules que usa cada año cuando acaba de trabajar y siente la libertad de las vacaciones. Debajo de él, sus piernas se mueven como en un baile dando pasos largos y levantando apenas los pies del suelo. Esto le da ganas de bailar pero bailar en serio y mientras gira con su mano izquierda el anillo que lleva en el dedo índice de su mano derecha, ese que le regaló un hombre que conoció hace ya algunos años y murió en un horrible asesinato, piensa en que quizás podría comprar algunas cervezas e invitar a algunos conocidos de la universidad, aunque hace tanto tiempo que no los ve que quizás ya no beban cerveza o quizás ni siquiera recuerden su nombre. Sin embargo, en algún momento, quizás cuando cruzaba la calle o cuando vio a tan solo pocos metros el cartel color azul que decía “Tienda: tragos, comidas rápidas y miscelánea” tomó la decisión de llamarlos ni bien regresara a su casa. En el barrio todos hablan de la tienda, porque aparentemente es tan nueva y reluciente que sus productos saben mejor. Sea lo que sea, todos salen de ella más felices de lo que entraron.
Ya de pie ante el mostrador dice:
-Disculpe, señor, quiero comprar un poco de té verde y un dulce de membrillo.
-La tienda todavía no abrió.
-¿A qué hora abre?
-A las ocho.
-Pero faltan cinco minutos para las ocho y el cartel de la puerta decía “abierto”.
-El cartel está equivocado, espere cinco minutos y la atiendo con mucho gusto.
-¿Es una broma?
-Por supuesto que no.
-Pero si ya estamos conversando, en todo este tiempo ya hubiera terminado mi pedido y usted podría seguir haciendo lo que sea que usted hace.
-¿No me escucha? La tienda está cerrada.
-Deje de ser tan ridículo, sólo quiero un poco de té y un poco de dulce…
-Hable con respeto por favor,
-Lo siento, tiene razón, pero en el cartel lo leo bien clarito: “abierto”.
-Ya le dije que ese cartel está mal, olvidé quitarlo ayer por la noche.
-Bueno, ¡pero mire el reloj! Son las siete y cincuenta y seis minutos, tiene la puerta abierta y está perdiendo el tiempo aquí conmigo.
-Escuche, señorita, usted tiene que aprender a esperar. Es bueno para la salud.
-Yo espero si problemas, de hecho gran parte de mi vida se me ha ido esperando, pero esto es una locura. ¿Qué cambian tres minutos, ahora dos? Son las siete y cincuenta y ocho.
-Tiene que ser capaz de seguir simples reglas tales como el horario de apertura de una tienda.
-Ya pare este jueguito, ¿me está poniendo a prueba?
-Tómalo como quieras.
-Pensé que me estaba hablando de usted.
-Lo sé, pero creo que puedo confiar en ti.
-Basta con que me vaya a la tienda de al lado para que te quedes sin una venta.
-No lo harás, mejor siéntate y espera que solo queda un minuto -dice el hombre y señala una banqueta delante de la barra.
Luisa nota que las manos del hombre tienen líneas que parecen pequeños ríos que se bifurcan y entrecruzan. Son las manos de un hombre mucho más viejo que él. Quizás sea a causa de lavar tanta vajilla, piensa Luisa, y se acuerda de un inglés con quien tuvo una relación casual que empezó con poco espacio en el asiento trasero de un taxi meses después de haber dejado la universidad y haberse entregado a la experiencia de viajar. El inglés lograba sacar algo de dinero lavando vajilla en bares y restaurantes, tenía las manos más ásperas y arrugadas del mundo.
-Bueno, ahora sí, son las ocho en punto. ¿En qué puedo ayudarte?
-Quiero un poco de té verde y dulce de membrillo, por favor -dijo Luisa en un tono de voz tan amable que sorprendió a ambos.
-¿Te puedo dar un consejo?
-No creo que nada de lo que diga pueda detenerte…
-Veo que ya entiendes como son las cosas.
-…
-El té rojo que tenemos es mucho mejor que el verde.
-No me gusta el té rojo, dame té verde, por favor.
-Te daré de los dos, luego me cuentas.
-Bueno, ¿y me das también diez cervezas negras?
-¿Diez? ¿Solo para ti?
-No, quiero invitar a unos amigos a mi departamento.
-Me parece fantástico, necesitas más contacto social.
-¿Qué?
-Eso, necesitas ver más gente, ya sabes, más acción en tu vida.
Luisa cada vez tenía más claro que los códigos de ese hombre no tenían nada que ver con los suyos, considero marcharse pero en lugar de eso inhalo lentamente y dijo:
-Tú no sabes nada de mí… pero bueno, para qué negarlo, tienes razón. Quizás también podríamos salir a cenar… ¿conoces un buen lugar para comer en este barrio?
-Acabo de abrir la tienda, llevo apenas una semana aquí. ¿Tú también eres nueva en la zona?
-No, llevo un buen rato aquí, casi cinco años, pero como evidentemente sabes no salgo mucho. ¿Usted de dónde vino?
-Nos estábamos tuteando.
-Tienes buena memoria.
-Vengo de otro estado.
-¿Y siempre tuviste tiendas?
-No, hice muchas cosas. He manejado camiones, reparado máquinas y bombas de agua y hasta he sido guardia de seguridad. Pero llegó la hora de sentar cabeza y arme mi base aquí, lejos de todo lo conocido. Un día me fui sin despedirme de nadie, ni siquiera dejé una nota, solo me evaporé.
Luisa se lleva las manos al cuello y lo mueve de derecha a izquierda, como cansada.
-Eso suena a algo que yo podría haber hecho -dice ella, pero él cambia de tema drásticamente:
-Dime la historia de tu anillo.
-Era de mi padre.
-No digas mentiras.
-Está bien, te lo diré, pero es una historia muy larga.
-No tengo prisa, en este pueblo todos duermen hasta tarde, no vendrá nadie hasta dentro de una o dos horas, y en caso de que alguien venga, pues tendrá que esperar, tú sabes cómo son las cosas por aquí. Bueno, el anillo, cuéntame.
-Lo llevó por muchos años una persona de la que nunca he hablado pero sobre la que he escrito mucho.
-¿Cuentos?
-Canciones.
-¿Y qué le pasó?
-Fue víctima de un crimen, debajo de aquel puente que puede verse desde esta ventana, en ese entonces estaba en obra. Fue justo antes de nuestra boda… a veces sueño que vuelve y que ya no lo quiero.
El hombre coloca sobre la barra un té caliente.
-Es rojo, bebe un poco -dice y luego toma un paquete de galletas de la estantería. Lo abre, las coloca en un plato y dice: come un poco, estás muy flaca.
-Gracias -dice Luisa y se lleva una galleta a la boca.
-¿Qué le pasó?
-Lo atacaron con pistola, le dieron como tres tiros y nunca supe por qué. Obviamente no se salvó, murió enseguida en el hospital San Carlos. La investigación no llevó a ningún lado y el abogado de la defensa, o sea el suyo, o mejor dicho el mío, porque los muertos no pueden tener abogados, hacía mucho que había perdido la fe en todo lo bueno. Como yo no tenía dinero decidió dedicarse exclusivamente a sus clientes más ricos.
-Así son los abogados, igual no hubiera servido de nada, no importa cuántos juicios ganemos los muertos se quedan muertos, ¿no?
-Que empático que es usted… pero bueno, pasaron tantos años que nada de lo que me diga puede afectarme.
-¿Qué le pasó en la frente?
-¿Qué tengo?
-Un corte, ¿no lo siente?
Luisa se palpa la frente con la mano y dice:
-Oh, eso es muy viejo. No me acuerdo, mi madre me contó alguna vez pero no le presté atención.
-Me gusta, te da personalidad.
-Gracias, yo también lo creo.
-¿Qué tal el té?
-Está bien, pero creo que me llevo el verde.
-Tú no sabes escuchar a la gente, ¿verdad? Llévate los dos, te los regalo, con el tiempo entenderás que a veces es bueno cambiar los hábitos.
-¿Me los regala?
-Sí, y el dulce y las galletas también.
-Acá hay algo raro… todo tiene su precio, ¿no? ¿Qué es lo que quiere?
-El anillo
Luisa abre mucho los ojos y cruza los brazos.
-No le daría mi anillo ni por todos los santos.
-Apoyalo sobre el mostrador y fíjate, quizás cambias de opinión.
Luisa lo piensa un poco pero finalmente lo apoya, más cerca de ella que de él, lo mira un rato y siente que quizás, solo quizás, sea este el momento y el lugar para dejarlo. El hombre mete el dulce, los tés y las galletas que sobraron en una bolsa y se la entrega. Luisa volvió a tocarse la frente.
-Un espejo. Tenía dos o tres años y tumbé un espejo de esos con pie que se estalló sobre mi cabeza, ahora lo recuerdo.
-Bueno, anda, ¿qué esperas? sal de aquí, vete, cierra la llave del gas y llama a tus amigos, llegó el momento.
Luisa se apresura a tomar la bolsa, mira al hombre con extrañeza y sale de la tienda sin voltear.